El espectador del Sarela



A Troski no le gustaban los parques. Su reino era esa casa vieja al final del río, donde el agua se llevaba los ruidos y no había can que fuese a molestar sus posaderas. A Troski lo que realmente le atraía era sentarse en esa ventana y ver pasar los ciclistas, los corredores, los niños, los mayores, todo aquel que se atreviese a cruzar por ese puente de piedra impregnado de humedad. Era su feudo enmarcado en una verja roída, una cárcel paraíso con seguro de acción. No gruñía a nadie, la fauna humana del río era su manada. Tampoco su cola acompasaba la llegada de los viandantes. Impertérrito, Troski estaba orgulloso de ser una pincelada más de una pared acuosa, el máximo espectador que guardaba los secretos de un río llamado Sarela.

Foise

Isaac Díaz Pardo nas Ramblas de Barcelona

V


As veces, no espertar do meu letargo, revólvome cun grito de furia, de enfado por non ver máis aló dos pés da miña cama. Eu resisto e ti tamén, pero cada vez máis o frío chega a este galpón ausente que non nos deixa durmir. E apoio a miña cabeza na túa, recuperando as forzas,  pensando en sacudir xuntos o orballo do noso futuro.

Manifestación  “15- Octubre, Indignados”, Santiago de Compostela

Florecer



Toc, toc, la niña golpeó en la pared.

Toc, toc, venga que ahí dentro hace frío.

Toc, toc, vayamos a jugar.

Y fue cuando ella despertó de su invierno, que creía perenne,

para poder contemplar las flores del cerezo.


La casa intrigante


Estuvo ahí, siempre, perenne con su color azul y su aspecto de indiferencia. Pero ayer cambió, eran demasiadas las tejas caídas, la pintura desconchada, la pregunta curiosa del porqué todavía seguía en pie. Quizás fue esa luz roja que encendió su último día, una habitante incógnita que anunciaba su marcha con nubes pesadas, llamando en nuestras cabezas para dar paso a un nuevo espíritu.

Aceras


Un corazón veloz, un músculo lleno de fuerza que sube, que se revuelve ante las nubes negras, la suciedad incrustada en las paredes carnosas. Un corazón rojo que lucha y una ventana roja que mira y se cuestiona porque a veces unos dejan aparcados sus latidos en aceras azules, cargadas de piel y soledad.

El Camino



Cuentan que un día retomó aquel camino, ese que le llevaba a la sorpresa alegre de lo conocido, un día de Reyes Magos a punto de llegar. Los edificios altos se transformaron en árboles y las aceras en campos con olor a hierba recién cortada. Un pie, otro pie, las manos , el torso… a cada paso se sacudía otros senderos y renovaba sus ganas de andar en busca de aquel bosque prometedor.

"Ven a CaterinizARTE!", exposición colectiva en Barcelona


(De mi proyecto fotográfico: Mercado de Santa Caterina, visiones desde el interior)

Cinco artistas, cinco miradas y un único objetivo: el Mercado de Santa Caterina de Barcelona, una propuesta arquitectónica que ha aportado color y luz a los vecinos y visitantes de una zona compleja, pero llena de vida. En “Ven a CaterinizARTE!” la pintura, la fotografía y la escultura se dan cita para incitar a dejarse impregnar por las tonalidades de este singular edificio, por sus originales formas y su frescura, por su creatividad. En estos últimos cuatro años este barrio barcelonés ya se ha bañado de su mosaico inspirador y ha visto germinar un creciente movimiento artístico que ha dado como frutos pequeños ateliers que tienen mucho que decir. Pero aquí el ARTE no busca estancarse en las élites, salpica de una u otra forma a todos sus habitantes y pone al alcance de las manos la bella cotidianidad de su Mercado histórico.

Federico Bencini (pintura), Gessica Cambi (pintura), Giovanni Magnani (pintura), Raúl Pernia (escultura-instalación) y Esther Taboada (fotografía) te invitan a CaterinizARTE, incluso más allá de este espacio expositivo.

**Dónde: Taller Creativo Bencini Barcelona. C/ Semoleres, 10 bxs.
**Cuándo: del 25/11 al 1/12 del 2009 (domingo abierto).
**Inauguración: 25/11 del 2009 a las 20 hs.

La Niebla



Un paso, otro pie, una pierna, las almas que se alargan, que se extienden irreversiblemente...
...el Miedo a la Niebla confusa...

El atardecer


La vida se veía larga, muy larga, de horizonte infinito, desde aquel balcón naranja de juegos y sueños…

La mezquita


Hace calor y las paredes sudan murmullos de miel y especias mezcladas con humedad. Él está solo, tranquilo, gesticulando invisibles líneas del Corán que se esparcen como papeles sueltos, casi voladores. Un golpe de aire y el joven se despista. A veces le despierta su nueva realidad, la que habita justo al otro lado, lejos de su libro finamente decorado con geométricos diseños.

El baile


Daba vueltas y más vueltas y el torbellino de la música lo aturdía y lo arrastraba. Se dejaba embaucar por sus animados compases y se sumía en un estadio de emoción tal que su vida se transformaba por un instante en una acelerada noria con fascinantes vistas. Pero él no quería ser el único en experimentar estos momentos de éxtasis irreverente, deseaba que absolutamente todos viviesen el remolino alegre de la existencia, ese que repele los problemas del pasado y te hace disfrutar del ahora. Y al grito de Carpe diem!!! comenzaron a girar, la música sonaba más rítmica que nunca y fue ahí cuando supo que la felicidad no es tal cuando no es compartida.

La fiesta

Suenan los fuegos artificiales, de lejos se escucha la fiesta y Ghulam sonríe. Mientras Ghulam pasea se esparce su sabía infantil por las esquinas de piedra y calor, por los colmados que exhiben cordero o pastelitos con olor a miel y frutos secos. El está lejos de su mundo y lo sabe, pero estas calles extrañas con farolillos ahora son las suyas y las abraza tan fuerte que apenas las ve, no quiere que se le escapen. Por eso corretea seguro siguiendo la melodía pegadiza, dejando su huella de niño, acercándose a esas bombas hipnóticas que lo arropan.

*El Raval. Barcelona.

Exposición Invisibles, la otra cara de Barcelona

Barcelona. El corazón de la ciudad del diseño bombea almas rojas que nadie distingue. Son los invisibles. Espuma de batalla trabajada con polución. Existen, pero cuando la urbe muestra su último estertor únicamente se percibe el silencio.
Recorrer este mundo de contradicción e hipocresía solapada es abrir los ojos a cuentos de rutinas truncadas por los azares del juego de la vida. La diferencia entre los ausentes y los presentes es nula cuando uno se sumerge en la viscosidad de los límites. Pero unos y otros se ignoran en la distancia, sin darse cuenta de que todos husmean el mismo aire contaminado.
Saltar el charco. Un instante la imagen oscura que no llega a los pies. Sólo un instante.

* Fotografías expuestas en la Galería Sargadelos de Barcelona hasta el 6 de junio.
** Mi agradecimiento a quienes me arroparon con su calor en la inauguración de este proyecto en la Galería Sargadelos de Barcelona y a todos aquellos que pusieron su gran granito de arena para poder hacerlo realidad (Olalla, Concello de Santiago, Xosé, Carlos, Diego, Gessica, María, Tino, Fina, Isa, Giova...).

Como complemento esta pieza de vídeo en colaboración con mi amigo Carlos Seijo, que ha editado y puesto música al trabajo de los Invisibles.

Sueños


Duérmete, que las horas sortean sin escrúpulos los recuerdos pesados, que durmiendo uno no siente el frío, la luz que despierta, el ruido que atonta, que soñando se llega un poco más rápido al paraíso de los perdidos. Por eso te dejas caer con los pies descalzos, aunque el resto no lo vea, aunque nunca un triunfo sin contar sea del todo un triunfo.

Moisés


Moisés no se mira al espejo porque duelen los segundos demasiados honestos, casi irreverentes. Moisés desconfía y sus manos curtidas cincelan cárceles para enjaular su soledad. Un día fue herrero, pero ahora prefiere lanzar una risa y jugar a atraparla en el eco de su montaña mágica.

*Cueva de Montjuic. Barcelona

La Sopa




Era como si los segundos se parasen para observarla cada vez que se sentaba en la misma mesa, a la misma hora y pedía el mismo plato. Una sopa. Su sopa. Aquella donde dejaba los posos de una felicidad que se le escurrían a cada cucharada. Y en cada sorbo, un instante de placer, y en cada mueca, un pliegue oblicuo de muñeca de cartón. La conocían todos, pero ella nunca tenía ojos para nadie, únicamente para su tazón relleno de tesoros, de pequeños navegantes rescatados con dedicación, con lenta sabiduría. 

La Espera


Tiene la piel morena de arrastrarse por las aceras, cortada por un sol que no existe y que evita incomprensiblemente con unas desmesuradas gafas. Huele a calle y a sudor, a pelo enredado y a un bolso demasiado grande. Todos esperamos, cansados, cada uno con sus dolencias enroscadas en la bufanda del frío. Pero ella se desespera entre las cuatro paredes mientras sus manos vuelan inquietas y su voz de pito pregunta constantemente por una hora que ya no importa. Porque esta Sala de Espera no es su lugar y ella lo sabe. Se lo dicen sus zapatos de tierra, su chaqueta de viento y esas gafas de sol que la delatan. Lo curioso es que al resto también se nos hacen largos los segundos, se estiran y estiran como ese infinito bolso de la mujer de piel cortada, de mirada perdida bajo un cristal que la separa de este mundo. Y inevitablemente llega su turno: -¿Estupefacientes? No te los voy a dar- Gritos, la palabra “salud mental” revolotea por la sala. -¿Pero dime, qué es salud mental?- escupe con saña, con una desesperación que se le agarra al orgullo. Más gritos. Acto seguido la vemos corretear por la sala. Se esconde tras el baño. Espera. Esperamos. Después de un rato se va, dejando en el retrete su estela de goma usada. Y La gran ciudad  la engulle. Mientras, pasan al siguiente.

La niña


Lo observaba todo, su curiosidad iba más allá de los colores luminosos, de las formas infantiles. Ella, nadie sabe cómo, siempre se sacudía la materia cada vez que miraba desde su humilde estatura. Era como si te traspasase con su sonrisa imperfecta. Y después de un suave aleteo de ojos, aquello que ella observaba caía rendido en su red de algodón. Un día la vi desgranando unas flores, parecía aburrida, cansada de tanto soñar. Cuando tuvo suficiente con las flores empezó a danzar sobre los adoquines. Uno, dos, tres, cuatro...y reía...cinco, seis, siete...comenzaba otra vez a embarcarse en vuelos imaginarios. No sé que sería de ella ya de mayor, cuando el preguntar casi no está permitido y uno se sumerje en un traje de colores otoñales. Pero me extrañaría que aquella niña ahora fuese como los otros, de esos que sólo rozan las paredes y ya no saben bailar sobre las calles de piedra.

Las ventanas del Raval


Las REJAS son así...


...unas veces florecen...


...y otras lloran...

O muro: Mohamed








Chamábase Mohamed e saltara o muro do desértico Sahara para espetarse na parede húmida do mundo das drogas. Quero ser modelo, escupe mentras está a rascarse a súa pel que non sae, venas dunha rúa sen colchón. Mohamed dilúese mentres se encolle nun plácido viaxe que lle aparta por media hora das ironías do destino.

El salto



Y dio un gran salto… nubes… cerrar los ojos sumido en un negro sin límite.Libre. El miedo que escala por su lengua y el oxígeno que tatúa los pies. Descendía… el ritmo era constante, casi frenético, exactamente el soñado. Juguemos a los dados, gritaba mientras el viento le revolvía los pensamientos confusos. De repente desplegó la mirada... y ahí estaban, unas alas gigantes sujetas a la cuerda del destino.

Estelas...




Cuando Wolfgang abría los ojos se estiraban sus largos dedos hasta tocar la irrealidad. Una nota, unas manos que mecen las teclas de un piano… él viajaba por las tempestades creando melodías de agua. Las estrellas de mar tienen cinco puntas y con cada uno de sus brazos alcanzan un infinito imposible… ¿el amor?… el abismo de la ola llega, se estira y culmina en horas de luz azul que le rozan el pelo. Ella contemplaba cada ráfaga, cada resquicio de aire que se alarga. Y el tiempo no era tiempo, sólo momentos que se dejaban arrastrar por una marea inmensa.

La ventana azul

Wolfgang soñaba con mirar por una ventana azul. Abandonar los charcos que se meten descuidados por los zapatos rotos y dejarse bañar por las aguas cálidas de su imaginación. Por eso Wolfgang nunca paraba de buscar esa imagen tantas veces dibujada, la perfección, las cuatro líneas que enmarcaban el paraíso de sus ojos. Un día lo encontré con su diario de abordo, trazaba con gestos rápidos cada uno de sus itinerarios, los intentos apasionados por alcanzar esa habitación inexistente. Y es que a su alrededor siempre revoloteaba esa ventana azul, un deseo constante que, sin darse cuenta, dejaba estelas de belleza en todo aquello donde posaba su mirada escrutadora.
ELLA




Todos buscamos, muchas veces sin encontrarnos. Desprendemos olores de ropa recién lavada, de anhelo furtivo... un instante... y todo se desdibuja en los posos del deseo.
Ella hurgaba en su vida en forma de bolso de pana. Aquí el pintalabios del primer beso, allí la inocencia de un pañuelo a punto de usar . Quiero estar guapa, se repite mientras los tacones le cantan que todavía al día le quedan sus quinientas noches. Se agarra a una foto inerte y desde sus ojos de gata vislumbra a Ana. Un abrazo, una caricia de niña que borra cualquier suciedad... Pero vuelven las botas, unas hojas- realidad que se enredan en sus pies, la mirada escrutadora que busca una piel de fiera curtida.

Primera inmersión en el mundo lomo: Al otro lado de la acera


Correr, desaparecer bajo un cielo que se desploma. Mover los pies sin las alas necesarias para saltar al otro lado, donde unos ojos interrogantes son el espejo de un sueño que no llega...

El regalo


Tengo un regalo para ti. Cargado de incompresión y con una tarjeta sin nombre. Envuelto
en sombras del presente e incógnitas todavía no resueltas. Espera allí, al borde de mi
cama. Solitario como nosotros dos. Qué decepción es ver un paquete triste cuando es tan
símbolo de esperanza, de cariño envuelto en papel de celofán. Tus 31 años y mi corazón
que se encoje, que no sabe resolver los rincones del tiempo que han palpado tus manos.
Vuelvo a mirar tu regalo y arrugo los hombros ante un encuentro inminente. Un
contacto forzoso marcado por postic con fecha de caducidad. Mis ojos que miran
invisibles y se escurren rozando pieles sin olor. Una inmensa punzada de hastío se estanca
en mi garganta ¡cómo me asfixia esa bolsa que recoje tu regalo!

LA DANZA DE ROCÍO


Él observaba su danza. Sus pies recorrían las baldosas que ya conocía de memoria. Equilibrios de cristal y pocillos a medio servir. Le hipnotizaba mirarla a escondidas. Cuando lo sabía despistado, justo después de comer. Y ahí empezaba el ritual. Antes de que se diese cuenta ya estaba ella deslizándose en la cocina.

Había intentado adelantarse a ese momento de mil formas. Aumentando el ritmo de masticado, saltándose el postre preferido de ella, incluso disminuyendo paulatinamente la dosis de su comida. Pero el hambre le provocaba mal humor y el mal humor casi un despido. Sin embargo ella, no se sabe como, siempre se las arreglaba para realizar su coreografía de limpieza.

Quizás fue esa una de las cosas que lo enamoró. No el hecho de que se adelantara a sus ojos. Era esa manera de moverse. Invisible pero presente, frescura de agua de manantial. Ella era líquida y en cada paso iba perdiendo una gota de pureza. Él, poseído por su danza, las recogía todas, como perlas de rutina.
Pero como más le gustaba mirarla era en soledad, cuando no se sabía estudiada y realizaba su baile de sirena.

A Rocío y Nacho

La porteria invisible



El balón trazaba una parábola infinita en aquel lugar decorado con la imaginación infantil. En las alturas, una pareja de críos dibujaba jugadas perfectas entre castillos de hormigón y grietas tapadas con masilla, de espaldas en todo momento a los ojos surcados por las estrecheces de la vida. El recorrido de ese balón suspendido en el aire gracias a una patada certera creaba metáforas con la velocidad del viento y deseos efímeros. La esperanza por salir de ese cuadro del destino estaba pintada en los límites de cuatro postes inventados.

Reina



Quiero ser princesa y tachar de mi piel el nombre desconocido. Reina se revuelve en una silla que le traslada al pasado. Cuando usaba pantalones de comunión y todavía quedaba tiempo para la inocencia.

Espacios Minimos


Siempre soñó con sumergirse en unas de esas bolas de cristal donde todo se agita y caen los copos de nieve. Centrifugar las rutinas imposibles en escasos 10 centímetros y hacer equilibrios de funámbulo mientras esquiva los vaivenes del día a día:un viaje de realidad supuesta, un suspiro de tiempo detenido, una guarida con olor a ropa mojada. Creía, tal vez, que así su vida, en 10 meros centímetros, sería mucho más mágica, brillante como un skyline de gran urbe, armónica como una melodía de cine. Dudó, dos veces, antes de abrir la puerta a ese mundo de promesas por cumplir y futuro aguamarina.
Al tercer intento desistió. Todavía no había sido capaz de sacudir su propia claustrofobia.

Derry. Irlanda del Norte.


Lucha. Ojos rasgados de tempestad, de aros sin brillo y gastados por el tiempo. Todo se rompe, se transforma en un papel con cenizas. Caos de lluvia y más lluvia. Y la vida se para, o tal vez se difumina entre las esquinas de ladrillos astillados.