La Espera


Tiene la piel morena de arrastrarse por las aceras, cortada por un sol que no existe y que evita incomprensiblemente con unas desmesuradas gafas. Huele a calle y a sudor, a pelo enredado y a un bolso demasiado grande. Todos esperamos, cansados, cada uno con sus dolencias enroscadas en la bufanda del frío. Pero ella se desespera entre las cuatro paredes mientras sus manos vuelan inquietas y su voz de pito pregunta constantemente por una hora que ya no importa. Porque esta Sala de Espera no es su lugar y ella lo sabe. Se lo dicen sus zapatos de tierra, su chaqueta de viento y esas gafas de sol que la delatan. Lo curioso es que al resto también se nos hacen largos los segundos, se estiran y estiran como ese infinito bolso de la mujer de piel cortada, de mirada perdida bajo un cristal que la separa de este mundo. Y inevitablemente llega su turno: -¿Estupefacientes? No te los voy a dar- Gritos, la palabra “salud mental” revolotea por la sala. -¿Pero dime, qué es salud mental?- escupe con saña, con una desesperación que se le agarra al orgullo. Más gritos. Acto seguido la vemos corretear por la sala. Se esconde tras el baño. Espera. Esperamos. Después de un rato se va, dejando en el retrete su estela de goma usada. Y La gran ciudad  la engulle. Mientras, pasan al siguiente.