El atardecer


La vida se veía larga, muy larga, de horizonte infinito, desde aquel balcón naranja de juegos y sueños…

La mezquita


Hace calor y las paredes sudan murmullos de miel y especias mezcladas con humedad. Él está solo, tranquilo, gesticulando invisibles líneas del Corán que se esparcen como papeles sueltos, casi voladores. Un golpe de aire y el joven se despista. A veces le despierta su nueva realidad, la que habita justo al otro lado, lejos de su libro finamente decorado con geométricos diseños.

El baile


Daba vueltas y más vueltas y el torbellino de la música lo aturdía y lo arrastraba. Se dejaba embaucar por sus animados compases y se sumía en un estadio de emoción tal que su vida se transformaba por un instante en una acelerada noria con fascinantes vistas. Pero él no quería ser el único en experimentar estos momentos de éxtasis irreverente, deseaba que absolutamente todos viviesen el remolino alegre de la existencia, ese que repele los problemas del pasado y te hace disfrutar del ahora. Y al grito de Carpe diem!!! comenzaron a girar, la música sonaba más rítmica que nunca y fue ahí cuando supo que la felicidad no es tal cuando no es compartida.