La niña


Lo observaba todo, su curiosidad iba más allá de los colores luminosos, de las formas infantiles. Ella, nadie sabe cómo, siempre se sacudía la materia cada vez que miraba desde su humilde estatura. Era como si te traspasase con su sonrisa imperfecta. Y después de un suave aleteo de ojos, aquello que ella observaba caía rendido en su red de algodón. Un día la vi desgranando unas flores, parecía aburrida, cansada de tanto soñar. Cuando tuvo suficiente con las flores empezó a danzar sobre los adoquines. Uno, dos, tres, cuatro...y reía...cinco, seis, siete...comenzaba otra vez a embarcarse en vuelos imaginarios. No sé que sería de ella ya de mayor, cuando el preguntar casi no está permitido y uno se sumerje en un traje de colores otoñales. Pero me extrañaría que aquella niña ahora fuese como los otros, de esos que sólo rozan las paredes y ya no saben bailar sobre las calles de piedra.

Las ventanas del Raval


Las REJAS son así...


...unas veces florecen...


...y otras lloran...

O muro: Mohamed








Chamábase Mohamed e saltara o muro do desértico Sahara para espetarse na parede húmida do mundo das drogas. Quero ser modelo, escupe mentras está a rascarse a súa pel que non sae, venas dunha rúa sen colchón. Mohamed dilúese mentres se encolle nun plácido viaxe que lle aparta por media hora das ironías do destino.

El salto



Y dio un gran salto… nubes… cerrar los ojos sumido en un negro sin límite.Libre. El miedo que escala por su lengua y el oxígeno que tatúa los pies. Descendía… el ritmo era constante, casi frenético, exactamente el soñado. Juguemos a los dados, gritaba mientras el viento le revolvía los pensamientos confusos. De repente desplegó la mirada... y ahí estaban, unas alas gigantes sujetas a la cuerda del destino.

Estelas...




Cuando Wolfgang abría los ojos se estiraban sus largos dedos hasta tocar la irrealidad. Una nota, unas manos que mecen las teclas de un piano… él viajaba por las tempestades creando melodías de agua. Las estrellas de mar tienen cinco puntas y con cada uno de sus brazos alcanzan un infinito imposible… ¿el amor?… el abismo de la ola llega, se estira y culmina en horas de luz azul que le rozan el pelo. Ella contemplaba cada ráfaga, cada resquicio de aire que se alarga. Y el tiempo no era tiempo, sólo momentos que se dejaban arrastrar por una marea inmensa.

La ventana azul

Wolfgang soñaba con mirar por una ventana azul. Abandonar los charcos que se meten descuidados por los zapatos rotos y dejarse bañar por las aguas cálidas de su imaginación. Por eso Wolfgang nunca paraba de buscar esa imagen tantas veces dibujada, la perfección, las cuatro líneas que enmarcaban el paraíso de sus ojos. Un día lo encontré con su diario de abordo, trazaba con gestos rápidos cada uno de sus itinerarios, los intentos apasionados por alcanzar esa habitación inexistente. Y es que a su alrededor siempre revoloteaba esa ventana azul, un deseo constante que, sin darse cuenta, dejaba estelas de belleza en todo aquello donde posaba su mirada escrutadora.
ELLA




Todos buscamos, muchas veces sin encontrarnos. Desprendemos olores de ropa recién lavada, de anhelo furtivo... un instante... y todo se desdibuja en los posos del deseo.
Ella hurgaba en su vida en forma de bolso de pana. Aquí el pintalabios del primer beso, allí la inocencia de un pañuelo a punto de usar . Quiero estar guapa, se repite mientras los tacones le cantan que todavía al día le quedan sus quinientas noches. Se agarra a una foto inerte y desde sus ojos de gata vislumbra a Ana. Un abrazo, una caricia de niña que borra cualquier suciedad... Pero vuelven las botas, unas hojas- realidad que se enredan en sus pies, la mirada escrutadora que busca una piel de fiera curtida.

Primera inmersión en el mundo lomo: Al otro lado de la acera


Correr, desaparecer bajo un cielo que se desploma. Mover los pies sin las alas necesarias para saltar al otro lado, donde unos ojos interrogantes son el espejo de un sueño que no llega...

El regalo


Tengo un regalo para ti. Cargado de incompresión y con una tarjeta sin nombre. Envuelto
en sombras del presente e incógnitas todavía no resueltas. Espera allí, al borde de mi
cama. Solitario como nosotros dos. Qué decepción es ver un paquete triste cuando es tan
símbolo de esperanza, de cariño envuelto en papel de celofán. Tus 31 años y mi corazón
que se encoje, que no sabe resolver los rincones del tiempo que han palpado tus manos.
Vuelvo a mirar tu regalo y arrugo los hombros ante un encuentro inminente. Un
contacto forzoso marcado por postic con fecha de caducidad. Mis ojos que miran
invisibles y se escurren rozando pieles sin olor. Una inmensa punzada de hastío se estanca
en mi garganta ¡cómo me asfixia esa bolsa que recoje tu regalo!

LA DANZA DE ROCÍO


Él observaba su danza. Sus pies recorrían las baldosas que ya conocía de memoria. Equilibrios de cristal y pocillos a medio servir. Le hipnotizaba mirarla a escondidas. Cuando lo sabía despistado, justo después de comer. Y ahí empezaba el ritual. Antes de que se diese cuenta ya estaba ella deslizándose en la cocina.

Había intentado adelantarse a ese momento de mil formas. Aumentando el ritmo de masticado, saltándose el postre preferido de ella, incluso disminuyendo paulatinamente la dosis de su comida. Pero el hambre le provocaba mal humor y el mal humor casi un despido. Sin embargo ella, no se sabe como, siempre se las arreglaba para realizar su coreografía de limpieza.

Quizás fue esa una de las cosas que lo enamoró. No el hecho de que se adelantara a sus ojos. Era esa manera de moverse. Invisible pero presente, frescura de agua de manantial. Ella era líquida y en cada paso iba perdiendo una gota de pureza. Él, poseído por su danza, las recogía todas, como perlas de rutina.
Pero como más le gustaba mirarla era en soledad, cuando no se sabía estudiada y realizaba su baile de sirena.

A Rocío y Nacho

La porteria invisible



El balón trazaba una parábola infinita en aquel lugar decorado con la imaginación infantil. En las alturas, una pareja de críos dibujaba jugadas perfectas entre castillos de hormigón y grietas tapadas con masilla, de espaldas en todo momento a los ojos surcados por las estrecheces de la vida. El recorrido de ese balón suspendido en el aire gracias a una patada certera creaba metáforas con la velocidad del viento y deseos efímeros. La esperanza por salir de ese cuadro del destino estaba pintada en los límites de cuatro postes inventados.