
Moisés no se mira al espejo porque duelen los segundos demasiados honestos, casi irreverentes. Moisés desconfía y sus manos curtidas cincelan cárceles para enjaular su soledad. Un día fue herrero, pero ahora prefiere lanzar una risa y jugar a atraparla en el eco de su montaña mágica.
*Cueva de Montjuic. Barcelona