Moisés


Moisés no se mira al espejo porque duelen los segundos demasiados honestos, casi irreverentes. Moisés desconfía y sus manos curtidas cincelan cárceles para enjaular su soledad. Un día fue herrero, pero ahora prefiere lanzar una risa y jugar a atraparla en el eco de su montaña mágica.

*Cueva de Montjuic. Barcelona

La Sopa




Era como si los segundos se parasen para observarla cada vez que se sentaba en la misma mesa, a la misma hora y pedía el mismo plato. Una sopa. Su sopa. Aquella donde dejaba los posos de una felicidad que se le escurrían a cada cucharada. Y en cada sorbo, un instante de placer, y en cada mueca, un pliegue oblicuo de muñeca de cartón. La conocían todos, pero ella nunca tenía ojos para nadie, únicamente para su tazón relleno de tesoros, de pequeños navegantes rescatados con dedicación, con lenta sabiduría.